Por Leonel Iparraguirre González
El primero de junio marca el inicio de la temporada ciclónica en nuestra área geográfica. Sin pretender atemorizar, ni ocupar los espacios en signos negativos, no es menos cierto, de que para todos debe constituir una causa de preocupación, máxime cuando se augura una temporada muy activa.
Las estadísticas deben servir para alertarnos, y para sacar conclusiones de que en este período comprendido entre el primero de junio y el 30 de noviembre, estamos expuestos a las amenazas de un fenómeno de esta naturaleza, unas veces incluso, acompañados de intensas lluvias asociadas a estos fenómenos .
Valdría la pena una mirada en retrospectiva a temporadas ciclónicas anteriores, donde fenómenos atmosféricos renombrados, han dejado sus huellas sobre nuestro verde caimán.
Recordemos aquel 4 de octubre de 1963 cuando entró a Cuba el huracán Flora, catalogado como la segunda mayor catástrofe registrada en el país, fenómeno que se movió por todo el oriente de la Isla haciendo un lazo sobre las actuales provincias de Las Tunas, Granma, Holguín y Camagüey.
Un poco más reciente, el 24 de Septiembre de 1998 azota el huracán George por el Oriente y sigue su trayectoria por tierra hasta Ciego de Avila, y es aquí donde se interna en el mar por las cercanías de Cayo Coco.
Fue el dos de octubre del año 2002 cuando penetra por el occidente el huracán Lili, nombre que lleva por segunda vez un fenómeno atmosférico.
El ocho de septiembre del 2008, penetra por Punta Lucrecia el huracán Ike, fenómeno que provocó afectaciones en viviendas en la ciudad de Morón y averías en el pedraplén hacia la cayería.
De lo que se trata es, de que debemos estar alertas, adoptar a tiempo las medidas que correspondan, no confiar en supuestas posibilidades. Es el momento de proteger, para en caso del azote de un huracán, minimizar los daños.
Es válido entonces considerar que “es mejor precaver que tener que lamentar”.