Por Leonel Iparraguirre González

Arribar a la Comunidad El Vaquerito, en la ciudad de Morón, es encontrar a primera vista una especie de conjunto escultórico donde se inserta la figura del Capitán Roberto Rodríguez Fernández, junto a otros elementos de la invasión a occidente.

Al caminar por las principales calles de ese lugar es también encontrar la memoria latente de ese intrépido combatientes que, aunque nativo de Los Hondones, paso parte de su adolescencia y juventud, entre los vecinos de esa comunidad en Morón.

Un Centro gastronómico lleva por nombre Cafetería El Vaquerito, y aunque han pasado los años, hay evidencias palpables de las huellas de aquel jovenzuelo que cultivaba amistades, jaranero y dinámico en su actuar.

Yurelis Domínguez Pérez, reside en esa comunidad desde que tenía unos siete años, manifiesta que allí se respira un ambiente de armonía y disposición, con predominio al respeto y el amor por la historia local.

María Elena Aldama, asistente Educativa en la Escuela Abel Santamaría, conoció a El Vaquerito. Lo recuerda en sus habituales visitas y conversaciones con los vecinos y apunta que todas las tardes se sentaba sobre una piedra debajo de un árbol frente a su casa, para compartir cuentos y sus historias de muchacho juguetón y maldito.

Por intermedio de María Elena conocimos a Elda Margarita Montes, también vecina de esa comunidad, quien guarda en su memoria la figura de El Vaquerito.

“Nunca imaginamos que Motica, como lo conocíamos en el barrio, iba a convertirse en un combatiente de Primera línea , pero un día dejamos de verlo y comenzamos a extrañarlo hasta que se confirmó que se había unido a las fuerzas rebeldes de la Sierra Maestra, donde se ganó el sobrenombre de El Vaquerito.

Al caminar por esa comunidad, donde hay bodega, Sala de Video, un Mercado Agropecuario y dos Consultorios del Médico de la Familia, saludamos a Tomás González, un ex trabajador Vanguardia Nacional de Comunales, con estrecha amistad con Roberto Rodríguez Fernández “Motica”.

“El me salvó la vida en una ocasión, siempre estábamos juntos, jugando, compartiendo amistad. Recuerda Tomás que cierto día fue a bañarse en un arroyuelo cercano que ellos llamaban la piscina del reparto, y comenzó a hundirme sin poder salir, ya me faltaba la respiración, cuando por casualidad llega mi amigo Motica.Sin pensarlo se lanzó al agua y me rescató. Desde entonces estrechamos más la amistad, nos reuníamos a diario para comer naranjas y frutas que nos gustaban mucho.

Cuando se corrió la noticia de la caída de El Vaquerito en la toma de Santa Clara, los vecinos de este reparto lamentamos mucho la muerte de un hijo, un hermano, un hombre que todos los conocíamos, aunque no sabíamos de sus dotes de combatientes, de los que no temen a las balas.

Su ejemplo está hoy presente en esta comunidad que lleva su nombre, donde sus pasos y acciones, están cifrados para siempre en todo este vecindario.

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