Por Leonel Iparraguirre González
Después de recorrer varios kilómetros entre campos de caña y otros sembrados, se divisa a lo lejos, entre un caserío disperso, una bandera cubana, y un poco más cerca, una instalación que por sus tonalidades resalta en aquel entorno campestre.
Habíamos llegado a la escuela rural más lejana de la ciudad de Morón, la Federico Capdevila, de la comunidad llamada Edén. Allí un busto del Héroe Nacional José Martí , rodeado de un florecido jardín da la bienvenida a maestros, estudiantes y visitantes.
Son pocos los niños que conforman la matrícula de ese centro, apenas cinco estudiantes, que la maestra, Aramís Álvarez Velázquez, los presenta por sus nombres. Son ellos Osdaikel, Rocío, Leidis, Rafael y Angélica, niños aplicados, obedientes, todos hijos de familias de esa apartada zona.
Osdaikel cursa el segundo grado, y se mantiene muy atento a las explicaciones de su maestra. Busca en el cuaderno de texto lo que se ha orientado en clase.
“Cierto que es una escuela alejada del perímetro urbano, pero aquí nos mantenemos muy actualizados metodológicamente, recibimos oportunamente las orientaciones y los niños participan en actividades complementarias, matutinos, clases de Educación Física y en otras muchas actividades”, refiere la maestra.
Es un local confortable, pintado y con todas las condiciones para una escuela rural, donde el pensamiento martiano se hace valedero “una escuela es una fragua de espíritu”.