Por Katya Roldán Contreras (Colaboradora)

Recientemente las redes sociales se han visto envueltas en lo que no pocos llamarían reality show de una pareja de famosos que han comercializado su divorcio entre canciones, declaraciones, mofas y publicidad. De alguna manera, casi todos nos hemos sentido impactados o identificados con la historia de adulterio de Shakira y Gerard Piqué, y hemos asistido a la sucesión de hechos derivados de esta ruptura.

Imagino que ambos, la cantante y el futbolista, analizaron los pro y contras de esta sobrexposición mediática, de cara a la estabilidad emocional y la educación de sus hijos, así que no entraré en el análisis de ellos, pero sí de lo que deberíamos aprender de esta historia.

¿Cómo explicamos el divorcio a los hijos? Lo primero que diré es que ni madres ni padres deberían soportar maltratos en virtud de la “felicidad” de sus hijos. Una madre/padre infeliz no puede propiciar bienestar a su prole. Tampoco deberíamos engañarlos, porque la mentira también tiene profundos efectos en la psiquis.

Los expertos siempre recomiendan manejar cada situación con empatía y coherencia. Frases como “papá y mamá decidieron separarse porque ya no se quieren, pero eso no significa que no los queramos a ustedes”, “nosotros seguimos siendo mamá y papá, pero ya no seremos una pareja”, son ideales para comenzar cualquier explicación.

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Está claro que no todos los divorcios son de mutuo acuerdo ni en buenos términos; en la mayoría, una de las partes se siente más herida que la otra ¿Cómo manejar esos sentimientos de enfado, despecho, dolor, desde la crianza respetuosa?

Vuelven los psicólogos en nuestra ayuda: “papá/mamá se enamoró de otra persona, esto puede pasar, pero engañó a mamá/papá y esto está muy mal. Papá/mamá debió decirle que estaba enamorado de otra persona antes de iniciar una relación con ella, por eso mamá/papá ahora mismo está muy molesta y triste. Sin embargo, eso no significa que dejaremos de quererlos a ustedes, ustedes son lo más importante para nosotros y aunque ahora mismo no estamos listos para ser amigos, sí seguimos compartiendo el amor que sentimos por ustedes”.

Hay consenso en que el divorcio debe ser manejado con mucho cuidado cuando existen menores comunes, de lo contrario, los infantes saldrán con daños emocionales que tendrán huella en su futura personalidad y en la manera en que construirán sus relaciones de pareja cuando sean adultos.

En ese sentido, el nuevo Código de las Familias ampara el interés superior de la infancia con un acápite de violencia intrafamiliar: una de sus tipicidades es, precisamente, la alienación parental, un término que, aunque es bastante novedoso, pone en evidencia una de las formas de maltrato emocional.

El Síndrome de alienación parental (SAP) comporta que un progenitor consigue “programar” al hijo común para que este renuncie al otro progenitor, por razones tales como un “adoctrinamiento” (papá/mamá no nos quiere, ahora quiere más a otra persona, cuando tenga un hijo nuevo con su pareja no te querrá a ti, su nueva pareja es mala y te hará daño, etc.). Si la renuncia al otro progenitor no obedece a ese adoctrinamiento, no estamos ante un SAP; tampoco si el rechazo del menor es ocasional.

En resumen, el divorcio cuando hay niños debe ser manejado cuidadosamente, poniendo en primer lugar el interés superior de los hijos. Si se carece de herramientas para hacerlo, lo ideal sería buscar la ayuda de personal especializado como psiquiatras, psicólogos y psicopedagogos, para recibir asesoramiento.

En última instancia, los abogados especializados y sensibilizados en el derecho de familia miran siempre por conseguir una solución acordada y beneficiosa para ambas partes. En ese proceso, claro está, prima el bienestar de los hijos.

Convendría recordar que, cuando se buscan culpables en una separación, los hijos son siempre inocentes. Amémoslos y respetemos su bienestar, están hechos de sueños.

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