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Mientras de todas partes del mundo continúan llegando mensajes de solidaridad y condolencias por el terrible siniestro ocurrido en Matanzas, los buitres del odio contra Cuba, con base en Miami o Madrid, desatan su nueva campaña de terrorismo mediático contra Cuba.

Como era de esperarse, y aunque se empeñen en demostrar lo contrario, para nada les importa el dolor de los familiares de los desaparecidos y de los cientos de lesionados, ni la conmoción que el suceso ha provocado en el alma de toda la Isla.

A los asalariados del Task Force, creado en 2018 por el gobierno de Estados Unidos para la subversión en internet contra Cuba, solo les interesa repetir, cual coro de papagayos, la esencia de la política editorial de sus medios: culpar al gobierno revolucionario de todos los males e incitar —con incesantes llamamientos— a tomar las calles, o lo que es lo mismo, al caos social.

Los buitres de la internet, muchos de ellos graduados de personas en las universidades de la «terrible dictadura» cubana, ahora cuestionan, mediante la manipulación de videos y del real sentir de los familiares, el heroísmo de los «jóvenes e inexpertos» bomberos cubanos, quienes, según aducen, fueron obligados por la «dictadura» a enfrentar un incendio de tal envergadura.

La misma estrategia utilizaron durante la campaña #SOSMatanzas, que desembocó en los disturbios del 11J, con los estudiantes de Medicina que, según su propaganda, el «régimen» envió a morir víctimas del contagio por la pandemia.

El oportunismo cobarde no respeta fronteras éticas. Tras el fracaso de utilizar una pandemia mundial como arma de guerra contra una Isla bloqueada por el imperio más poderoso de la historia, ahora tratan de hacer lo mismo con la tragedía ocurrida en la base supertanqueros de Matanzas.

Quienes son sin dudas los mejores cronistas de las consecuencias del bloqueo que el gobierno que hoy les paga decretó, desde fecha tan temprana como 1960 —para incentivar en quienes apoyaban a la Revolución el desencanto y la insatisfacción, mediante el empleo de todos los medios posibles—, cumplen su tarea de carroñeros mediáticos, más que por convicción, por el egoísmo de no servir como limpiapisos o lavaplatos en los «paraísos» de «democracia» donde hoy residen.

Víctimas ellos mismos del genocidio criminal que apoyan y celebran con fervor en las redes sociales, no les importa en lo más mínimo servirle de voceros a la mafia anexionista de Miami que, desde los tiempos del memorando de Lester D. Mallory, sueña, tras derrocar a la Revolución, venderle, pingües comisiones mediante, la Isla al mejor postor.

Pero, según enseña la historia, una cosa son los delirios lucrativos de la industria anticubana de Miami y sus asalariados de última hora, y otra la realidad de un país que suele unirse y crecerse ante cualquier forma de agresión terrorista.

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