Es sin dudas excepcional y único todo ser que, tras haber cumplido los límites de su existencia humana, se mantiene vivo. No, no se trata de una afirmación mística o religiosa, sino de una contundente verdad, que descansa en el ilimitado alcance de ciertas figuras a lo largo de la historia.

Los cubanos sabemos bien que eso es posible. Hemos tenido el privilegio de que sea esta Isla madre y cuna de personalidades capaces de transgredir la mortalidad de nuestra especie, para habitar eternamente la dimensión del pensamiento, del recuerdo, de la admiración y el amor.

Pero no es cosa simple alcanzar esa estatura. Se necesita mucho corazón, mucho temple, poner la existencia propia a favor del bien de los demás, hacer historia desde principios de humildad y justicia. Se necesita defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio, y todo eso y más, lo logró Fidel.

Cuando definió brillantemente a la Revolución, aquel inolvidable 1ro. de mayo del año 2000, sin proponérselo, sin que eso pasara jamás por su cabeza, se definió a sí mismo, porque, ser consecuente hasta el último suspiro con todo lo descrito en sus palabras, lo convirtió en un hombre inmortal e imperecedero.

(Tomado de Granma)

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