Con frecuencia vemos en redes sociales, y también por algunos medios, a economistas tratando de «vendernos» un método infalible para alcanzar la prosperidad económica. No es un fenómeno reciente ni exclusivo de nuestro país: supuestos visionarios han existido en todas las épocas y naciones.

Les propongo hacer un experimento: acceda a YouTube y en la barra coloque la expresión «consejos para ser millonario». Le saldrán cientos de contenidos, y lo mismo será si la búsqueda es en Google.

No hace mucho, un amigo me pasó uno de esos artículos. «Qué tú crees», me preguntó. Reaccioné con buena dosis de sorna, y le dije: «Tómate con cautela cualquier análisis en el cual un economista proponga la vía o el método infalible para la prosperidad económica.

«Ten en cuenta que en la lista de las mayores fortunas del mundo no aparece ningún Premio Nobel de Economía. De hecho, ninguno se ha vuelto millonario al aplicar sus fórmulas; mientras se tienen casos, como el de Robert C. Merton –premio Nobel de Economía en 1997, por sus trabajos para calcular el valor de las opciones financieras– quien se arruinó al aplicar sus teorías en la Bolsa».

La función del economista no es ejercer de profeta, sino brindar modelos abstractos, evaluar temas, recopilar datos, realizar encuestas, y, ciertamente, también investigar tendencias que son utilizadas para emitir pronósticos y proponer soluciones. Pero los pronósticos no son hechos irrefutables, sino la probabilidad de que estos ocurran.

Parece válido establecer un símil entre el pronóstico económico y el pronóstico meteorológico. Para la elaboración de ambos se recopilan datos, se tienen en cuenta series históricas, y se basan en la Teoría de modelos. Son simulaciones matemáticas cuyo objetivo es facilitar la comprensión y el probable comportamiento de una realidad compleja.

Tanto como no es posible saber con certeza si dentro de un mes un huracán azotará al país, en el ámbito económico tampoco es posible preverlo todo.

Con frecuencia ocurren hechos atípicos, fuera de las expectativas habituales, que tienen un apreciable impacto en la economía: guerras, pandemias, eventos climáticos inusuales, sanciones económicas, etc.

Por ejemplo, cualquier pronóstico económico que Cuba realizara antes de la pandemia de la covid-19 quedó obsoleto. Nuestro escenario futuro también varió de forma muy negativa tras la prohibición de las remesas y la inclusión en la lista de países patrocinadores del terrorismo, por parte del Gobierno estadounidense.

Quiere esto decir que, en un marco general, y por un lapso de tiempo, los pronósticos económicos son herramientas que contribuyen a la toma de decisiones, pero los estudios deben ser evaluados continuamente, para corregir el rumbo.

En la realización de pronósticos económicos en el ámbito de un país no intervienen solo los economistas. Son estudios multidisciplinarios en los que participan matemáticos, informáticos, sociólogos, analistas políticos e ingenieros de diversas especialidades.

Incluso, a nivel de empresa, y para abordar un asunto puntual como la previsión de ventas, se debe trabajar en equipo. No basta con el análisis de datos históricos; se requiere una estrategia bien estructurada, a partir del entendimiento profundo de las dinámicas del mercado: preferencias del consumidor, tendencia en el diseño de los productos, calidad, ventajas competitivas, etc.

No quiere esto decir que un economista, a partir de su formación y experiencia, no maneje determinadas hipótesis en un artículo personal, pero debe ser consciente de sus límites y, sobre todo, prudente en la presentación de la idea. Nunca debe dar la impresión de que se comporta como un clarividente frente a su bola de cristal.

(Tomado de Granma)

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