Por Héctor Izquierdo Acuña
Mucho tiempo ha transcurrido desde que, una agradable tarde de noviembre de 1992, tuvimos la oportunidad, irrepetible hoy, de conversar con Celia Echemendía Echemendía, una anciana llena de vitalidad, de carácter afable y bondadoso y mente prodigiosa. Lúcida a pesar de sus 86 años de edad, y cuya única limitante era su escasez visual.
Sin embargo, su valioso testimonio quedó guardado por largo tiempo hasta que, removiendo mi desordenada papelería, encontré las ya amarillentas cuartillas, escritas con la prisa propia del momento, donde transcribí las valiosas notas.
Puede parecer intrascendente ese acontecimiento, no obstante, la importancia de sus memorias para conocer la verdadera historia de una de las personalidades más populares de la cultura, no solo de Morón, sino de todo el país, reviste capital importancia porque gracias a ello, podremos esclarecer, tras un largo proceso de investigación científica, muchas de las dudas y errores históricos vinculados a Serafina Echemendía, la creadora de las mundialmente famosas Torticas de Morón.
Celia vivía entonces en la calle Juan Gualberto Gómez, también llamada Estrella, desde los tiempos de la republica mediatizada. Nacida el 20 de mayo de 1906, era hija de Pedro Echemendía Valdés y hermana del famoso juglar Orestes Echemendía, inolvidable figura de la cultura moronense a quien el pueblo conocía por el seudónimo de La Tabla.
Pero lo verdaderamente interesante es el hecho de que era nieta de Serafina Echemendía, Fina, «la creadora de las Torticas de Morón, y la que hacía dulces en un horno de embarro que tenía en el patio de su casa, que no era más que un viejo rancho o caserón», al decir de Celia.
La Fina era cubana, nacida en Morón, de baja estatura, gruesa, blanca y con el pelo rubio. Tenía un carácter muy agradable y sus ojos eran claros. Su casa era de guano, tablas y piso de tierra, y estaba ubicada en la actual calle Gonzalo Marín, en el espacio que hoy ocupan las viviendas macadas con los números 32 y 30 A, al lado del matrimonio formado por el doctor Pedro Sánchez de las Cuevas e Isabel Duguet –rememora Celia. Si bien no fueron estos nuevos elementos los que más llamaron la atención, sino su afirmación de que el verdadero nombre de la Fina era Serafina Valdés Gómez, y no Echemendía.
Se apoyaba en el hecho de su casamiento con Ladislao Echemendía Quesada, un músico muy popular por estos lares, de quien el pueblo le adjudicó el apellido. Ahí nació la Serafina Echemendía, la misma que se haría famosa por las variedades de dulces que elaboraba y, sobre todo, por las célebres torticas. Pero no dejó receta alguna para la posteridad, y «ella misma desconoce cómo se elaboran», explicaba con vehemencia Celia. Tal parece que aquellas viejas dulceras del Morón de antaño se habían llevado su secreto a la tumba.
Decía Benito Llanes en uno de sus artículos divulgados en su sesión del Morón de ayer, que las torticas, el «exquisito dulce de la Villa del Gallo, fue saboreado agradablemente por bisabuelas y abuelas cuando eran niñas […] y que los dulces de Fina eran preferidos por su limpieza, pureza y exquisitez, entre ellos el pan de Caracas y las torticas». Pero él las vino a degustar por vez primera en La Habana, «donde todos días los fiñes habaneros comen las baratas torticas, a kilo cada una, y los de Morón ni las conocen», en clara referencia a la pérdida de un patrimonio inmaterial que singulariza al territorio moronense en toda la nación.
Comentaba Benito lo que conocía acerca de la elaboración de tan emblemático dulce: que se confeccionaba con harina de Castilla, azúcar y levadura, y después de hechas se cubrían con yema de huevo, mientras que el secreto de su buen sabor se encontraba en la proporción de sus ingredientes.
De cualquier manera, las torticas se hicieron célebres y traspasaron las fronteras de Morón gracias a Serafina Echemendía. Se dice que la receta era simple, y los productos para su elaboración eran pocos: harina, azúcar, sal y manteca de cerdo solidificada que, según cuentan, era el ingrediente que aportaba el exquisito sabor y suavidad a ese renombrado dulce. También podía agregarse una pizca de mermelada de guayaba. Lo cierto es que nadie aún se ha puesto de acuerdo en este sentido y, como no existe hasta hoy nada que diga lo contrario, es muy fácil localizar en la red de redes innumerables comentarios, recetas y referencias a este símbolo de la culinaria moronense.
Y aunque mucho se ha hablado y escrito sobre las torticas de Morón, esa no es la verdadera motivación de este trabajo, sino el de descorrer algunos velos que rondan la personalidad de quien fuera la mejor dulcera del Morón de antaño, o sea, Fina Echemendía.
Volvamos atrás, a lo más intrigante: ¿qué había de verdad en lo de Serafina Valdés y no Echemendía, como comentó Celia? ¿Por qué el apellido Gómez? ¿Cómo podríamos develar el misterio? ¿Era la Fina natural de Morón? ¿Por qué tantos años sin que nadie se interesara en investigar y divulgar la verdad y enmendar así un error histórico? ¿Quién estaba errado, Celia o los historiadores que nos antecedieron? Todas esas preguntas permanecieron en el olvido, y es al cabo de más de dos décadas que pueden salir a la luz sus respuestas.
Como la historia también es ciencia y no debe revisarse sin un sustento probatorio, comenzamos a hurgar entre los más antiguos documentos de Morón archivados en la Casa parroquial. Allí, consultamos las partidas de bautismo correspondientes al siglo XIX, y no pudimos localizar evidencia alguna de ese acontecimiento.
Un tanto decepcionados y con la ayuda siempre eficiente de Lupe, iniciamos la búsqueda en las partidas de matrimonio de blancos. Ahí estaba registrado el acto nupcial de Serafina con Ladislao. Pero nos aguardaban nuevas e interesantes sorpresas.
En efecto, Serafina Valdés, su verdadero nombre, había contraído nupcias con Ladislao Echemendía Quesada en la iglesia de La Candelaria de Morón, el día 20 de marzo de 1868. Pero la sorpresa mayor ocurrió al continuar leyendo el manuscrito que recoge algo inaudito: Serafina era hija de la Real Casa Cuna de La Habana, fundada por el obispo Jerónimo Valdés, cuando tomó la resolución de destinar una casa para acoger a los niños abandonados y quien, de paso, le ofreció su apellido a los expuestos. De ahí el apellido de Serafina: Valdés.
¿Por qué Serafina en esa institución?
La respuesta se pierde y es poco menos que imposible saber si fue una niña nacida «fruto del pecado y de amores prohibidos», y abandonada a sus puertas o, como muchos, depositados allí por la pobreza de sus padres. Tal vez nunca lo sabremos.
Como dato curioso podemos señalar que, posiblemente, los más célebres personajes depositados en la inclusa de esa Casa Cuna hayan sido la mulata Cecilia Valdés y el poeta pardo Gabriel de la Concepción Valdés, más conocido como Plácido.
De tal manera, en su acta matrimonial que transcribimos, se certifica que:
En veinte de marzo de mil ochocientos sesenta y ocho: yo ptro D Manuel Ma Pardo Ulloa Cura Párroco por SM y Vicario foráneo de la Iglesia de Ingreso de Ntra Sra de la Canda en Morón practicadas las diligencias de costumbre con la lectura de proclama de tres días festivos consecutivos… sin resultar impedimento alguno, examinados en la doctrina cristiana, esploradas las boluntades hallandolas conforme desposé in facio eclesie por palabra de presente como lo dispone nuestra Sta madre Iglesia á D Ladislao Echemendía de estado soltero y á Da Serafina Valdes del mismo estado ambos naturales y vecinos de esta feliga –feligresía, N del A- , siendo el primero hijo legitimo de D José Policarpo y Da Ana de Quesada, y la segunda los es de la Real casa cuna de la Habana, mayores de edad: los que preguntados por mi obtuve por respuesta un mutuo y espreso consentimiento, confesaron y comulgaron: fueron testigos D Genaro Vila y Manuel Antonio Alvarez, y padrinos D Tomas Castañeda y Da Manuela García firmé Manuel Ma Pardo Ulloa. Firma.
La Fina tuvo varios hijos, entre ellos Genaro Echemendía Valdés, quien falleció en 1907 de tisis galopante.
Quedaban incógnitas por despejar. Nadie conocía la causa ni la fecha de su muerte. Para lograrlo, pudimos obtener su certificación de defunción en el Registro Civil de Morón, documentación que nos aportó nuevos e interesantes detalles.
Por la documentación facilitada, pudo conocerse que Serafina falleció en su domicilio, localizado en la calle Máximo Gómez número 53, a los 86 años de edad. Su estado conyugal era viudez. El reloj marcaba las 11 de la noche del 12 de julio de 1932, y fue sepultada en el Cementerio de Morón.
Curiosamente, en su certificado de defunción solo aparece su apellido Valdés. Tampoco quedó registrado el nombre de ninguno de sus dos padres, lo que refuerza la tesis de haber sido una niña expósita de la Casa Cuna de La Habana fundada por Gerónimo Valdés.
Con documentación probatoria como la expresada, y el testimonio de Celia Echemendía, puede entonces enmendarse un error histórico que durante muchas décadas ha tergiversado el verdadero nombre de quien pasó a la historia de la cultura nacional como Serafina Echemendía. De manera que en lo adelante pueda entonces darse a conocer por su verdadero nombre: el de Serafina Valdés Gómez.