Redacción Informativa

Mediaban 17 años desde la firma de la paz sin independencia del Pacto del Zanjón, otros casi 17 de la histórica Protesta de Baraguá, protagonizada por Antonio Maceo, la cual salvó la honra mancillada por aquella bochornosa rendición de las armas cubanas. Por eso, aquel 24 de febrero de 1895, no solo significó el reinicio de la lucha armada, sino, y sobre todo, la consolidación de Cuba como nación y la búsqueda, junto a las libertades patrias, de un bien mayor, calificado por el propio Martí como una República con todos y para el bien de todos.

Atrás quedaba la ingente labor conspirativa de José Martí, quien con su prédica luminosa y su proselitismo político había sido capaz de unir a los cubanos, enfrentar contradicciones y con la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC), el 10 de abril de 1892, crear el vehículo revolucionario que guiaría al pueblo en su nueva etapa de lucha.

La genialidad del Apóstol lograba ponerle un valladar infranqueable a las ideas autonomistas y a las aún más peligrosas del anexionismo; al tiempo que alertaba del peligro expansionista del Imperialismo norteamericano.

Gigantesca fue la obra martiana en pos del reinicio de la lucha contra España. A finales de 1894 todo estaba listo para traer a Cuba de manera simultánea tres expediciones armadas. Tres barcos: el Lagonda, el Baracoa y el Amadís esperaban en el puerto de La Fernandina para zarpar con hombres y armas hacia la patria esclavizada.

Sin embargo, el 10 de enero de 1895, una indiscreción, con matices de traición, hizo que las autoridades norteamericanas incautaran armas y hombres e impidieran hacer valer tanto esfuerzo patriótico.

No obstante, la decisión estaba tomada. Apenas 20 días después, el 29 de enero, José Martí, en su condición de Delegado del Partido Revolucionario Cubano y el general Mayía Rodríguez, a nombre del Generalísimo Máximo Gómez, junto a Enrique Collazo, en representación de la Junta Revolucionaria de Cuba, firmaban la orden de alzamiento.

La historiografía cuenta que la orden llegó a La Habana escondida dentro de un tabaco y fue recibida por Juan Gualberto Gómez, el representante del PRC en la Isla y amigo del Apóstol Martí.

El estudiante de derecho de la Universidad de La Habana, Juan Tranquilino Latapier, contactó en Oriente con Guillermón Moncada, Bartolomé Masó y José Miró Argenter, quienes confirmaron y dieron su aprobación de marchar a la manigua.

La Revolución de 1895 era un hecho. La posterior llegada de Antonio Maceo, por Duaba, y luego de Máximo Gómez y José Martí, por Playitas de Cajobabo, haría invencible la insurrección armada.

De entonces acá, el 24 de Febrero ha sido fecha de devoción para los cubanos. En 1899, fue el día escogido por el Generalísimo Máximo Gómez para entrar en La Habana, bajo los acordes del Himno invasor.

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