Magaly Zamora Morejón
“Soy como soy”, reza la letra de la canción de un conocido trovador y quizás sea la forma más simple de explicar que cada quien puede ser único y diferente, aunque a la vez sea similar a muchos otros.
Precisamente esa prerrogativa de elegir cómo ser y proyectarse socialmente es tenida en cuenta en el nuevo Código de las Familias .
El documento reconoce en su artículo 4, inciso d, el derecho al libre desarrollo de la personalidad y protege la opción de que cada persona elija la construcción de su proyecto vital, que decida el sentido de su propia existencia, de acuerdo a sus valores, ideas, expectativas y gustos.
Es esa una de las razones por las que Yenny, mujer transexual, muestra su beneplácito con la ley que suprime el requisito de la heterosexualidad para acceder a las figuras protegidas por el derecho como el matrimonio, las uniones de hecho afectivas, la adopción o a la maternidad y la paternidad mediante el uso de técnicas de reproducción asistida.
El Código, dice, es como un gran árbol, que nos cobija a todos con su sombra, nos ofrece seguridad y respeto y permite mostrarnos como somos sin tener que ocultarnos bajo una personalidad falsa para quedar bien.
Y efectivamente, ante nosotros llega una Ley abarcadora y revolucionaria, desde el punto de vista social, que nos iguala con los países más modernos y a la vez los supera por su grado de compromiso con la justicia y los afectos, en tanto marca total sintonía con los preceptos de la Constitución de la República.
A las Familias dedica la Ley de leyes el Capítulo Tercero del Título V en sus artículos del 81 al 89, mientras en el número 42 deja ver de forma explícita que “todas las personas son iguales ante la ley, reciben la misma protección y trato de las autoridades y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades”.
Por eso, desde la heterogeneidad del barrio, Julián y Mario, Rafaela y Gabriel y la abuela Zaida y su nieta, anticipan su asentimiento a la Ley que respeta su voluntad a la hora de conformar la familia y los exime de adoptar estereotipos que no se corresponden con su personalidad y preferencias.
El Código fortalece mi identidad al reconocer mi derecho a asumir mi naturaleza, y me ampara frente a prejuicios y normas convencionales arcaicas, que en muchos casos me hacían vestir y comportarme como no lo sentía, explica Yadira, amante del estilo Pop Punk.
Ante la variedad de situaciones e individuos que coexisten en la sociedad cubana actual, la aprobación de un nuevo Código de las Familias se convierte en necesidad inaplazable, sentida y soñada por la mayoría.
Mucho más cuando está concebido con un profundo sentido ético, con vocación de pluralidad e inclusión, erigido desde los afectos, sobre la base del respeto a la diferencia y, como plantea la doctora Ana María Álvarez-Tabío Albo, profesora titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, “…afianza el sentido y búsqueda de realización de la persona, de su felicidad, a partir del reconocimiento de la dignidad como valor supremo y fundamento del resto de los derechos constitucionales”.