Por Héctor Izquierdo Acuña
Se conmemora el aniversario 107 del natalicio de la bailarina Vivian Díaz Guedes, sin dudas, una de las personalidades descollantes de la cultura en la ciudad avileña de Morón, que llevó lo más genuino de la cultura nacional a los principales escenarios de Europa en el siglo XX.
El 3 de mayo de 1914 nació en Morón una niña nombrada Justa Isabel Díaz Guedes, quien llegaría a ser una de las figuras más importantes de la danza en Cuba, sobre todo en la primera mitad del siglo XX.
Próxima a cumplir los 14 años, huérfana de padre y madre, la bella muchacha conoció a Francisco Pacheco, integrante de una compañía de variedades que actuaba en el teatro San Carlos, de Morón.
Pacheco descubrió las dotes de bailarina de la joven y ambos decidieron unirse en el arte y en el amor. Formaron una pareja de baile que durante cerca de dos décadas llevó la música cubana a célebres escenarios del orbe como la Scala de Milán, el Winter Garden, de Berlín; el Astoria Theater, de Bremen y el Gran Teatro de La Habana.
Vivian fue el nombre artístico que adoptó la moronense, pero la pareja era conocida mundialmente como los bailarines “Díaz – Pacheco”. Luego de una estancia de 8 años en los que cultivaban aplausos en Europa, regresan los artistas para retornar poco después al viejo continente, ya por última vez. Todo parece indicar que sus estancias más prolongadas se realizaron en Alemania, donde brindó su arte sobre todo entre los años 1938 y 1942.
Recorrieron más de 42 países y poseyó el pasaporte más grande del mundo que artista alguno de la época tuviera hasta su detención en Bélgica por oficiales nazis. Vivian padeció durante 33 meses los horrores de los campos de concentración y fue sometida a trabajos forzados y separada de su compañero. Su culpa fue negarse rotundamente a renunciar a la ciudadanía cubana para obtener la alemana.
Solo tras intensas gestiones de la Cruz Roja Internacional, Vivian fue liberada y enviada a Gran Bretaña, donde resultó herida gravemente por los fragmentos de una bomba arrojada por aviones fascistas. Con cierto grado de recuperación se trasladó a los Estados Unidos de América y fue internada y sometida a una cirugía. Lamentablemente, los médicos le informaron que una de sus piernas quedaría inutilizada para el resto de su vida.
De regreso a su patria, permaneció ingresada en el hospital Reina Mercedes por cuatro años. Allí tuvo lugar su triste reencuentro con su esposo Pacheco, quien buscó otra pareja de baile.
Se traslada a la ciudad de Morón, en una modesta casita, rodeada de arecas, rosas y jazmines en la Calle Octava. Se dedicaría a dar clases de bordado y tejido para poder subsistir.
A pesar de su enfermedad nunca perdió el amor a la vida y al arte, en especial a su pueblo. Su última voluntad fue que la despidieran con música y especialmente con una melodía que ella compusiera titulada “Ensoñación”.
El 14 de noviembre de 1967, fecha de su fallecimiento, alrededor de su féretro hubo música a pesar de la manifestación de duelo popular. Su sepelio fue encabezado por la Banda Municipal, escoltada por la bandera cubana, y cerrado por el conjunto Estrellas Juveniles interpretando canciones populares. La canción Ensoñación se dejó escuchar por un disco en cumplimiento de su postrera voluntad.
Tenía al morir 53 años y su legado, apreciable a través de su fecunda vida artística, es un paradigma para la cultura moronense.