Por Arquímedes Romo Pérez

En la historia de sesenta campeonatos nacionales y miles de jugadores que por las mismas han pasado, solo hay dos familias que han estado representadas por el abuelo, el padre y el hijo. Una de estas familias corresponde a la provincia de Ciego de Ávila, integrada por Raúl González Gómez, que jugó en la primera serie, su hijo Raúl González Mora torpedero con 12 series nacionales y Raulito González Isidoría, el nieto, figura emblemática de los actuales Tigres avileños.

La otra familia se inició en la región oriental con Erol Correa en la primera serie, le siguió el hijo Iván, quien jugó en la tierra natal y finalmente en la capital, y actualmente, el nieto, Lisban Correa, el atleta más destacado de la serie 60, con los Industriales habaneros.

La actual generación desconoce, en parte, que el estadio “Paquito Espinosa” de la ciudad de Morón fue, en un momento importante del deporte revolucionario, la segunda instalación del país para el espectáculo del béisbol. El estadio moronense fue escenario de importantes partidos y de notables competencias. Por ejemplo el día 4 de enero de 1975 se impuso un récord para la pelota cubana cuando los equipos Granjeros y Ganaderos, por cierto ambos camagüeyanos campeón y selección, se enfrascaron en un duelo que se extendió a 23 entradas.

También el estadio moronense fue sede de la final del Campeonato Nacional de Béisbol Segunda Categoría, interesante evento que agrupo en la ciudad del gallo a numerosos talentos que más tarde brillaron con luz propia en nuestros clásicos nacionales. Uno de estos talentos fue el zurdo capitalino Rigoberto Betancourt quien en jornada de lujo, impuso una marca para nuestra pelota que demoró muchos años en ser superada. Ante la afición moronense el zurdo de oro propinó nada menos que 21 ponchetes en un partido, marca que solamente ha superado el también zurdo pinareño Faustino Corrales, al propinar 23 en un encuentro de serie nacional, en el que sus compañeros solo realizaron 4 de los 27 outs del juego.

Y en eso de récords originales, difíciles de superar hay que apuntar el implantado por el santigüero Alexei Bell, cuando en una tarde dominical logró lo que nadie más ha logrado al conectar dos cuadrangulares con las bases llenas en la misma primera entrada e impulsar ocho carreras para su equipo.

Con más de setenta años vinculados al deporte, siguiendo sistemáticamente campeonatos, series, eventos internacionales y topes en todas partes y por todas partes, en el estadio “Paquito Espinosa” de Morón, se logra una jugada que aunque muy comentada por ser posible en un partido, nunca se ha materializado en la realidad del terreno.
Muchas veces se dice que un lanzador puede ganar un juego sin hacer lanzamiento alguno para la goma, pero realmente nadie lo ha visto. En un partido de la serie provincial avileña entre los equipos de Primero de Enero y Morón, se produce la inesperada jugada clave. Con el partido empatado a dos carreras, en la primera parte del noveno, los visitantes llenan las bases con dos outs en la pizarra. El alto mando de los locales sustituye el lanzador actuante y trae al relevista Maydey Echemendía, quien al parecer de acuerdo con el receptor se coloca, sale, mira para los hombres en las bases, vuelve al box y se vira con precisión poniendo fuera al corredor de segunda que representa el tercer out de la entrada.
La misma termina sin carreras y el relevista no hace lanzamiento alguno hacia el home; en la mitad final del noveno los locales fabrican una carrera, el juego termina 3 carreras por 2 y Maydey Echemendía se convierte en lanzador ganador del partido sin realizar lanzamiento alguno y sin haber enfrentado a ningún bateador.

En la historia de las sesenta series nacionales de la pelota revolucionaria y los torneos especiales hasta ahora celebrados, son contados entre los miles de jugadores, los que se han desempeñado en las nueve posiciones del terreno, pero el primero que lo hizo fue Carlos Díaz, un joven atleta de Artemisa con el uniforme de los equipos de Pinar del Río.Carlos dejó su impronta muy temprano precisamente en la ciudad de Morón, incluso, antes de iniciarse la pelota revolucionaria.

En 1958, como integrante del equipo de Artemisa, representante de la provincia más occidental de Cuba, participó, junto a su hermano Felipe, en la última serie final de nacional de la FANAI, celebrada bajo las modernas luces del nuevo estadio de la ciudad del Gallo. Finalmente los artemiseños se llevaron el título nacional y Carlos Díaz, curiosamente, resultó líder de los lanzadores y de los bateadores, desempeñándose, indistintamente, como pitcher y cátcher.