Tomado de Granma/27 de marzo de 2021
La dispersión, el regionalismo, el doble filo contaminado de inconsecuencias e intrigas hirieron hondo el pecho de Cuba. Había que curarla a tiempo, y evitar otras desgarraduras. Había que salvarla.
Previas observaciones «clínicas», al pie de la herida, con dosis de inteligencia, prédica y amor patrio, un joven comenzó a gestar la pócima salvadora: la unidad; esa costosa e infalible vacuna del archipiélago contra la desunión que frustró su primer intento emancipador y obligó a posponerlo. Surgió entonces la necesidad de un instrumento político, para unir: un partido.
Paso a paso, al impulso de las ideas de justicia, brotó el talento político del joven José Martí, empeñado en reagrupar los elementos dispersos, pero leales a la Revolución inconclusa, debilitada por «las pasiones de mando y de localidad que desfiguran y anulan los más bellos arranques». La espada «no nos la quitó nadie, (…) la dejamos caer nosotros», valoró el Apóstol, después de examinar el clima de confusión que las pugnas internas crearon. «Rindieron las armas a la ocasión funesta, no al enemigo».
Martí conocía los pormenores de aquel despertar patriótico que encendió la tea independentista el 10 de octubre de 1868, y la mantuvo inflamada durante una década, aunque no lograra sus objetivos, ni hubiera tenido el desenlace deseado. Sabía también que, en aquellos cubanos, habitaba el mismo sentimiento que los lanzó a la manigua, y que un nuevo intento y un final victorioso, bajo la premisa de la unidad, eran tan posibles como necesarios.
Persuadir, aglutinar, movilizar, educar, han sido siempre palabras de orden en la gesta emancipadora cubana, y para materializarlas ha resultado indispensable un ente unificador: un partido.
EL AZAR Y LA HISTORIA
Mientras tanto, en la convulsa Europa, bajo la guía de Vladimir Ilich Lenin, ciertos postulados sobre el marxismo-leninismo saltaban de los manuales a las acciones en los campos y ciudades de la Rusia zarista, bajo la guía de una organización bolchevique.
Aunque no se conocían el líder ruso y el genio cubano, casi al unísono se valían de instrumentos similares para propósitos semejantes. Dos sucesos inconexos surgían, originados por una misma aspiración de justicia.
En la idea del Partido Revolucionario Cubano, en sus objetivos: organizar la Guerra Necesaria para la liberación definitiva de nuestra patria, y obrar «una nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos y de cumplir en la vida histórica del continente los deberes difíciles que su situación geográfica le señala», hay componentes embrionarios de la actual vanguardia política de nuestro pueblo: el Partido Comunista de Cuba.
«Los principios que sustentan la conceptualización (de nuestro modelo económico y social) parten del legado martiano, el marxismo-leninismo, el pensamiento del líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, y la propia obra de la Revolución», ha asegurado el General de Ejército Raúl Castro.
Un camino largo, escabroso, de aciertos y desaciertos, de crecimiento y aprendizaje; un camino de heroicidades y sacrificios a veces inusitados, marca la ruta desde los fundacionales días de José Martí, hasta el actual Partido Comunista de Cuba.
Los obstáculos no han sido ni pequeños ni escasos. Tanto los que sabían que mantener el coloniaje sobre la isla indómita era ya un imposible, como los que ambicionaban paladear la «fruta madura», desde el inicio entendieron que, con la unidad, se gestaría un obstáculo demasiado molesto para sus pretensiones expansionistas, y no escatimaron maniobras para impedirla.
«A lo largo de todo el siglo xix, invocando las doctrinas y políticas del Destino Manifiesto, Monroe y la Fruta Madura –recordaba Raúl en el 7mo. Congreso de nuestro Partido– diferentes gobernantes estadounidenses trataron de apropiarse de Cuba, y a pesar de la heroica lucha de los mambises, lo lograron en 1898, con la intervención engañosa al final de la guerra…».
«Ocuparon militarmente el país (…), desmovilizaron al Ejército Libertador, disolvieron el Partido Revolucionario Cubano organizado, fundado y dirigido por José Martí, e impusieron un apéndice a la Constitución de la naciente República, la Enmienda Platt, que les daba el derecho a intervenir en nuestros asuntos internos y a establecer, entre otras, la Base Naval en Guantánamo».
No pudieron extinguir la llama independentista, pero sacrificaron la existencia de muchos compatriotas, circunstancias en las que Cuba vio florecer lo más puro, noble y valiente de su pueblo, y casi nunca faltó un ejemplo de comunistas inspiradores de las batallas de hoy.
HERENCIA Y CONTINUIDAD
¡Qué simbolismo aquella alianza de Carlos Baliño y Julio Antonio Mella, en 1925! El primero, fundador, junto a Martí, del Partido Revolucionario Cubano, con su carga de sabiduría, casi en el otoño de su existencia, junto a Mella, que apenas tenía 22 años, en un acto de lealtad y continuidad, para fundar, entre ambos, el primer Partido Comunista de Cuba.
Cuatro años después, cuando Julio Antonio solo tenía 26, exiliado en suelo mexicano, y en pleno ajetreo revolucionario, cae abatido por un sicario del tirano Gerardo Machado. «Muero por la revolución», dijo, en el último segundo de su holocausto, el patriota. Sus ideas continuarían alentando. En menos de un lustro la tiranía machadista se desplomó ante la embestida popular revolucionaria, entre cuya vanguardia, otra vez, había defensores de las ideas socialistas.
A Villena, Guiteras, y otras destacadas figuras de la Revolución en marcha, como Pablo de la Torriente Brau, Rafael Trejo, Blas Roca, Raúl Roa y Carlos Rafael Rodríguez, se les vio desafiar a gobiernos proimperialistas.
Hacia España partieron otros, en esas jornadas, empujados por la vocación de hermandad, como parte de la brigada de voluntarios cubanos que defendieron la causa de aquella nación, agredida por las huestes fascistas durante la guerra civil. Allá murió Pablo de la Torriente.
EL MONCADA
De semejantes ideas, de sueños tan nobles, de ejemplos tales, iban cargados los jóvenes del Centenario, el 26 de julio de 1953, cuando atacaron la mayor fortaleza militar de Santiago de Cuba. Llevaban en el pensamiento a Martí, y de líder a un martiano que entraba para siempre en la historia, ya abrazado a la doctrina martiana-marxista. Comenzaba ese día la última etapa de la lucha por la independencia de la Isla, y en ella, en un mismo sentimiento patriótico, se fundían otras organizaciones revolucionarias como el Directorio Estudiantil Universitario y el Partido Socialista Popular.
Tales fueron las pujas patrióticas, independentistas, antimperialistas. Hubo que pagar un elevado precio, en vidas y privaciones, pero la patria respondió erguida ante cada ultraje, y frente a cada usurpación del ideal de independencia y de soberanía.
Como ha recalcado el propio Raúl, «la condición neocolonial de Cuba, que permitió a Estados Unidos ejercer desde 1899 un dominio total de la vida económica y política de la Isla, frustró, pero no aniquiló, las ansias de libertad e independencia del pueblo cubano. Exactamente 60 años después, el primero de enero de 1959, con el triunfo de la Revolución encabezada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, fuimos definitivamente libres e independientes».
Una vez en el poder la Revolución, la unidad, en tanto escudo infalible frente a quienes sueñan con destruirla, ha sido permanente desvelo. Una vez superados ciertos nichos de sectarismo, transitaron hacia las Organizaciones Revolucionarias Integradas, y después al Partido Unido de la Revolución Socialista (purs), del cual nació el Partido Comunista de Cuba, a principios de octubre de 1965.
La resistencia increíble de este archipiélago ante asechanzas y hostilidades, descansa en la certera guía de Fidel y de Raúl. Con esa herencia, tradición de lealtad, de unidad, de resistencia y de victoria –armas irremplazables–, nuestro Partido Comunista y su pueblo llegan ahora al 8vo. Congreso, en coyuntura crucial.
Cuba, el país que aprendió a vencer retos increíbles, que no subestima ni teme al peligro, sostiene el desafío de la continuidad; la misma que irrita y sacude de impotencia a sus enemigos, pobres incapaces que no advierten de este pueblo, fidelista y martiano, que es una convicción no arriar jamás sus banderas.