Tomado de Invasor/23 de marzo de 2021
El día en que salió positivo un trabajador del Hogar de Ancianos de Morón, Xiomara Vidal Herrera se echó a llorar. Llevaban más de un año trabajando a puertas cerradas (15 días antes de recibir la indicación ya no permitían visitas ni dejaban salir a los abuelos) y nada era más importante allí adentro que una buena pesquisa diaria. “No me lo podía creer porque habíamos trabajado muy duro. Todavía no me lo creo”, dice y se le mojan las pestañas.
Xiomara es desde hace tres años administradora del hogar, y aunque es Licenciada en Derecho, vino a sentirse útil allí y no en un tribunal. Se disculpa por su vestuario de día entre semana en la institución, y dice que lleva más de un mes sin ir a su casa, y que andaba limpiando “por allá atrás”. Eso explica, quizás, que siempre haya que esperar media hora al teléfono, o en la puerta, si se quiere hablar con ella.
Más o menos eso han hecho todos desde que se enfermaron allí nueve abuelos y tres trabajadores: limpiar. Conformaron equipos de trabajo para turnarse cada 14 días, y la enorme puerta de la entrada tiene un candado desde entonces.
Xiomara tiene a sus padres y a su hijo en casa, en Ciego de Ávila, pero no se va hasta que el Hogar “adelante”. Está en espera de una misión de colaboración en otro país, y sueña con hacerse de una casa propia al regreso, con suerte, más cerca del Hogar del que “no la mueve nadie”.
Noel Vicente Fajardo Losada es uno de los médicos de la institución, y debió figurarse malos agüeros cuando supo que habían dado positivo al PCR nueve de sus pacientes. Cita las enfermedades de base que los aquejan en el mismo orden que lo hace cada día Francisco Durán: hipertensión arterial, diabetes mellitus, cardiopatía isquémica. Y suma la discapacidad motora en algunos casos.
Xiomara hace un recuento de edades desde los 73 hasta los 100. La mayor fue Rosita, que casi tiene 101. “Nosotros nos quedamos muy tristes porque ella se despidió antes de irse.” Pero al final volvieron todos.
Rosita dice que a ella no le creían cuando dijo allá que tenía 100 años, y que allá estuvo muy bien. Que ella siempre está bien en todas partes.
El traslado para el Hospital Provincial Roberto Rodríguez, de Morón, y luego para Camagüey, fue complejo para ellos. A los que se aislaron en otros centros, por ser contactos, Xiomara los acompañó uno a uno, porque quería saber dónde y cómo iban a estar.
“Ellos regresaron muy flaquitos todos, por el tratamiento y la hospitalización, pero ya se han ido recuperando”, dice ella. Según Noel, están todos recibiendo la segunda dosis de la Biomodulina, y la dietista les ha preparado un plan con más calorías.
“Tenemos la suerte de que no nos han faltado las frutas y los vegetales para su alimentación, y se lo debemos a la atención especial de las autoridades de la Agricultura. Cuando teníamos enfermos, también hubo mucha rapidez con los resultados de los PCR.”
El Hogar de Ancianos de Morón tiene capacidad para 102 camas, de las que hoy hay ocupadas solo 71. Los ingresos se han detenido por la pandemia. Solo una de las cinco salas es para ancianas, lo que hace más compleja la admisión de mujeres, que, paradójicamente, tienen una mayor esperanza de vida. Otras dos salas se destinan a los cuidados intensivos y al aislamiento de los ancianos que regresan de ingresos hospitalarios.
Allí tienen todos el alta epidemiológica y las salas han vuelto a la normalidad. El ajetreo del Hogar se mezcla entonces con el gusto de haber sido la excepción feliz de todas las estadísticas.