Tomado de Granma
4 de marzo de 2021

La isla rebelde en que hemos nacido es una tierra de paz. No porque haya tenido que emprender una lucha de más de 150 años, abonando su suelo con la sangre de sus mejores hijos, es Cuba amante de la muerte ni apuesta en modo alguno al inútil gemido.

Tanto ama la vida que tiene como su más alta luz la de aquel que quiso como ley primera de la República, el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre; tanto sabe defenderla que, destinada a ser libre, le nació en el siglo XX un hombre que devolvió a un pueblo pisoteado, lo que el amo creyó tener para siempre.

Madre de seres tenaces, Cuba contempla cómo le crecen generaciones que apuestan por la existencia. ¿Será preciso decir la proeza que significa su descomunal lucha en estas horas por impedir que la muerte le gane la batalla a una pandemia arrasadora? ¿Habrá que citar los sitios lejanos hasta donde siguen llegando sus médicos para curar el alma de los abatidos? La Revolución Cubana bien puede llamarse vida. Espléndida en amores, cada uno de sus proyectos busca el mejoramiento humano y para los humanos.

Podría el iluso decirse ¿cómo es esto posible, si de sus labios, la frase primera, la que define todo su destino, la que resulta irrevocable es la de ¡Patria o Muerte!?

Nacida en el contexto doloroso de hace 61 años, en circunstancias caviladas por la cobardía, se proclamó en el sepelio de un centenar de hombres, cuyos sueños segaron los mismos de siempre, al provocar dos explosiones en el barco La Coubre, para dañar a la joven Revolución y aterrorizar a los que la harían posible.

A estas alturas, el imperio culpable insiste en su empeño. Pero, ¿y Cuba? ¿olvida? Bien sabemos a dónde retornaríamos si algún día ¡Patria o Muerte! dejara de ser nuestra estrella. Consigna, palabra y razón, es incluso más que ellas, la orden redentora de un pueblo extraordinario, una franca conmoción que nos identifica.