Son los primeros tiempos de la batalla revolucionaria de cambios y transformaciones; se crea el Consejo Nacional de Cultura, primer organismo oficial en la historia del país para organizar el acontecer cultural de la nación, momentos en los que se adoptan y aplican medidas impensadas como, por ejemplo, tomar todos los volúmenes de una enciclopedia bellamente conservada y enviarlos para su incineración, al área de desperdicios de la ciudad: crimen insólito!
Ese es el hecho que, conocido fortuitamente por funcionarios de la incipiente Dirección Regional de Cultura, produce una rápida reacción, se detiene la dolorosa acción, se involucra a la Administración Municipal y a la Central de Trabajadores de Cuba en la localidad, y se salva el valioso conglomerado de ideas convertidas en libros, para ponerlo a la disposición del pueblo que, nunca antes, ha tenido esa hermosa oportunidad. Recordemos que en esos tiempos las bibliotecas públicas son privativas y solo se conocen en las grandes ciudades, especialmente las capitales.
Como que el primer obstáculo para la salvación de la bien conservada enciclopedia es el nuevo lugar de ubicación que no se cuenta, con la colaboración de la CTC y la decisiva ayuda de la JUCEI , se logra un reducido espacio en el interior del Circulo Social Obrero (actual Casa de la Cultura). Como quiera que la conservación de la voluminosa obra requiere de atención permanente y la Dirección de Cultura carece de presupuesto para contratar un celador, la
Administración Municipal autoriza la contratación de una compañera para cuidar la joya obtenida y es así como María Monteagudo Cedeño, se convierte en la primera trabajadora de lo que más tarde es la Biblioteca “Sergio Antuña”.
Son los primeros tiempos de un organismo distinto, desconocido, con proyecciones abarcadoras que se sustenta en una palabra mágica del líder máximo de la revolución Cubana Fidel Castro al expresar:” No diga vea, diga lea”. Los libros llaman la atención de muchos y sensibilizan a la dirección del gobierno local que brinda el apoyo necesario y ubica otra trabajadora, Inés Mayoral, para que las dos muchachas ofrezcan algún servicio desde el mismo Circulo Social, al tiempo que se busca el local adecuado para intentar crear una biblioteca y ponerla al servicio de la población.
En esta búsqueda se produce la disolución de un establecimiento de productos industriales y peletería en la esquina céntrica de las calles Martí y Serafín Sánchez, ideal para el fin propuesto, incluso junto a la librería “La Moderna Poesía”, entidad que, hasta ese momento, sustenta la lectura de la localidad. Se hacen las gestiones pertinentes y se logra el objetivo, pero el local resulta muy pequeño, por lo que tras gestiones reiteradas se consigue el local aledaño perteneciente a la Asociación de Colones del Central Patria y se insiste en recuperar el local fundacional de la emisora Radio Morón, a los efectos de contar con el estudio teatro como sala de conferencias y reuniones de la institución que está a punto de nacer. Esta última gestión no fructifica porque ya el local está habitado en parte.
Con la ayuda de voluntarios y el directo apoyo del gobierno local comienza la adaptación del nuevo local, surgen ideas, se piensa en ampliación, y se inicia el proceso del parto, quizás prematuro, al considerar que la empresa que se afronta aún carece del respaldo económico del Consejo Nacional, toda vez que en este momento no existe la Dirección de Bibliotecas, pero es una decisión local fielmente correspondida, que se presenta como un reto para el
naciente organismo cultural.
Con muchas limitantes se organiza lo que sería una biblioteca y se dan los primeros pasos. Con esta iniciativa Morón se adelanta y es, además de Camaguéy, la única región que se dispone a crecer con esta institución que, corto tiempo después, se hace imprescindible en el quehacer cultural de la nación. Incluso, en atención a este sostenido esfuerzo de desarrollo y la extensión territorial de la región donde se localizan ocho importantes núcleos poblacionales,
se le concede a Morón el único bibliobús de la provincia ,para llevar los libros y la lectura a los lugares más apartados, de los más de cuatro mil kilómetros del territorio.
Tan temprano como en 1963, en los albores de la creación del Consejo Nacional de Cultura, se inaugura la Biblioteca “Sergio Antuña”, honrada con el nombre de un joven mártir de la Revolución, estudiante del Instituto de Segunda Enseñanza de la Ciudad del Gallo, con lo cual se revierte dignamente un crimen cultural que, a punto de cometerse, es salvado por la acción oportuna de la Dirección Regional del nuevo organismo, en lo que puede considerarse como el mayor éxito de esta organización en su primer lustro de existencia.
(Autor: Arquímedes Romo Pérez)