El joven capitán rebelde Roberto Rodríguez Fernández, más conocido entre sus compañeros y fieles como El Vaquerito, nos deja su impronta en la lucha cotidiana, en el coraje y la entrega para liberar a la patria amada.
Por su físico fue aceptado al principio solo como mensajero, después de haber hablado de sus razones directamente con el propio Fidel Castro, pues el resto de los combatientes creyeron que no iba a servir.
No creas siempre en las apariencias, como sugiere un viejo refrán.
Poco tiempo después fue soldado de la Columna 1 José Martí y más adelante, en el verano de 1958, dio un voluntario paso al frente para participar en la Invasión que, encabezada por los comandantes Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara, extendería la lucha por todo el país.
Como miembro de la Columna 8 Ciro Redondo, bajo las órdenes de Guevara, fue nombrado jefe de una suerte de unidad de élite, que pasa a la historia con el nombre de Pelotón Suicida, cuya tarea era realizar las acciones más peligrosas.
En esa misión fue sobresaliente su desempeño en el combate de La Federal y en la toma de Caibarién.
Su sobrenombre, con el que fuera conocido, lo ganó de manera simpática por el atuendo de aquel jovencito, llegado al Ejército Rebelde un día con los pies descalzos de los empobrecidos y sedientos de justicia.
Conmovida, Celia Sánchez le había regalado unos botines mejicanos muy pintorescos, dicen que una camisa a cuadros y un sombrero de aire tejano, aunque campesino, que le daba una imagen de estrafalario vaquero del Oeste.
Su delgadez y baja estatura añadió al apodo el diminutivo y desde entonces se fijó entre sus connacionales como El Vaquerito, siempre muy cubano.
Había nacido el 7 de julio de 1935 en la localidad de El Mango, zona de Perea en Las Villas en la región central de Cuba.
Trabajó desde los 11 años como empleado de un bar y una fonda, al decidir marcharse de su hogar de extrema pobreza.
Tuvo muchos trabajos mal remunerados como repartidor de leche, estibador, ayudante de tipógrafo, vendedor ambulante, boxeador e ilusionista. Lo animaba la fuerza invencible de los persistentes y versátiles, de gran perspicacia natural.
Cuentan que en el emplazamiento donde ocurrió el combate final de El Vaquerito lo esperaban más de 300 “casquitos de la tiranía”, al decir del pueblo, armados hasta los dientes, y para colmo, respaldados por tanquetas y avionetas.
Pero si hubo alguien en el mundo con audacia, creatividad suprema y sin temor a nada, ese fue en virtud El Vaquerito.
Sencillamente las situaciones peliagudas o las “misiones imposibles” desafiaban el coraje y la inventiva de nuestro capitán.
El deceso de El Vaquerito, en vísperas de la Aurora de Enero, es un recuerdo triste a tantos años y mucho más, representa una fuerza inspiradora y vital en una etapa que pide a los cubanos osadía, heroísmo y entrega sin cortapisas, en muchos frentes y al servicio, como hiciera él, de la Patria.
Este héroe amado y representativo de los seres de coraje ilimitado y continuo crecimiento personal, fue enterrado primeramente en el poblado central de Placetas, liberado entonces por el Ejército Rebelde, donde se levantó un monumento en su honor.
Desde 2009 sus restos reposan en el Mausoleo dedicado al Frente Guerrillero de Las Villas, cerca del Conjunto monumentario que honra al Che Guevara y otros mártires, en la ciudad de Santa Clara.
(Marta Gómez Ferrals)