Granma

Nuestra rebeldía siempre tuvo causa, era el empeño de transformar un país, de hacerlo mejor para los cubanos. Las acciones del 26 de julio en Santiago y Bayamo no fueron por azar, soplaban aires de Revolución en aquella Cuba de 1953.

En los intentos por desmoronar nuestra historia, hablan de una Cuba esplendorosa en los años 50 del siglo pasado, y retratan una Habana marcada por los carros de último modelo, los edificios de hormigón armado más grandes del mundo, casinos, hoteles y tanto lujo que hasta el mismísimo Meyer Lansky tenía una vida secreta en la ciudad.

Pero esa Cuba no era para la gran mayoría de los cubanos, y mucho menos para los 600 000 que no tenían empleo ni para los 500 000 obreros del campo que solo trabajaban tres o cuatro meses al año, pasando el resto sin tener dónde ganar su sustento, tal como denunciara Fidel en su alegato de autodefensa. Ese mismo país tenía la mortalidad infantil superior a 60 niños fallecidos por cada mil nacidos vivos, la esperanza de vida no rebasaba los 55 años de edad, y el 90 % de los niños del campo estaba devorado por parásitos. El analfabetismo se hallaba a la orden del día, las compañías y las fábricas explotaban a los cubanos y se aprovechaban de la mano de obra barata.

Los jóvenes que fueron al Moncada tenían bien claro por qué luchar. Aquellos problemas denunciados por Fidel, poco más de cinco años después se convirtieron en soluciones de una Revolución que cumplió con su pueblo. La creación del Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados, para restituir al país el patrimonio robado por los gobiernos de la seudorepública, la intervención de la compañías extranjeras, la mejora de las condiciones de labor y salariales de sus trabajadores, la rebaja de tarifas, la rebaja de alquileres, la Ley de Reforma Agraria, la reforma educacional con la construcción de aulas, la conversión de cuarteles en escuelas y un grupo de medidas para asegurar el acceso gratuito y universal a la educación, a las instituciones de salud, a la cultura, al deporte, a la seguridad y a la asistencia social, así como la Ley de Reforma Urbana y la Ley de Solares y Fincas de Recreo, permitieron al Gobierno Revolucionario, a menos de dos años del triunfo, declarar cumplido plenamente el Programa del Moncada.

Todo esto pudiera parecer estadísticas, más de lo mismo, historia antigua, porque no siempre hemos sido buenos contando la historia de la Revolución luego de 1959, pero basta con abstraerse un poco para imaginar aquel país de los 50, que colorean lindo, enfrentando una pandemia como la COVID-19; fácilmente sí se hubieran quedado cortos los pronósticos de quienes apostaron a la muerte de más de 90 000 cubanos, en los meses más duros de la enfermedad. Esa batalla se empezó a ganar desde los primeros años de la Revolución, como tantas otras, no solo en Cuba, en el mundo.

Si hoy somos capaces de contar con un Yo sí puedo que tanta luz ha llevado a otras partes del mundo, si hoy basta solo con tener buenos resultados para acceder a la educación superior, y cada graduado universitario sale con una ubicación laboral y no es lanzado al mercado laboral, como sucede en latitudes no muy lejanas, es gracias a ese profundo proceso transformador que vivió la educación cubana; no solo la que beneficia a la gran mayoría, también aquella que se encarga de las necesidades educativas especiales.

Basta caminar Cuba para ver cómo, a pesar de nuestros problemas económicos, los que son responsabilidad del bloqueo y los que no, se diseminaron las industrias por todo el país, algunas de alta tecnología solo comparadas con países desarrollados del primer mundo.

La obra de la Revolución no terminó al dar por cumplido el Programa del Moncada, bien sabían sus líderes que las revoluciones verdaderas nunca dejan de transformar realidades, de adecuarlas a los diferentes momentos históricos.

Hoy esa misma Revolución tiene retos en asuntos como la tierra, como la vivienda, el empleo, para seguir transformando la realidad del país en el camino que nos trazamos desde que cumplimos el programa del Moncada, convirtiendo los problemas en soluciones: una sociedad socialista, más justa y equitativa, a la que no renunciamos ni podremos renunciar jamás, pues es la única manera de continuar construyendo un modelo de país diferente, imperfecto, pero perfectible.

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