Las principales entidades de la salud celebran cada mes de mayo la Semana Mundial de la Sensibilización de la Sal con el objetivo de que ganemos en conciencia y reconozcamos que un elevado consumo de este compuesto químico —cloruro de sodio— es dañino para nuestra salud. Pasarse de la línea puede tener importantes consecuencias, muchos más cuando se padecen ciertas enfermedades.

 La sal es de los condimentos más antiguos. Las referencias indican su empleo desde tiempos remotos, más de dos o tres mil años antes de Cristo. Su descubrimiento y utilización en las comidas revolucionó el mundo, literalmente le dio gusto; fue motivo de disputas, incentivo económico, incluso moneda de cambio.

De hecho, un dato interesante es que le debe su origen a la palabra “salario” pues en la antigua Roma el término en latín “salarium” era la forma de denominar a los pequeños sacos de sal que se entregaban en forma de pago, lo cual demuestra que fue un recurso estratégico. Con el tiempo ese valor simbólico de la sal se comenzó a asociar con la remuneración laboral, aunque ya luego se pagaba de otras maneras.

En la actualidad es un componente habitual en nuestras cocinas. Es imprescindible en la mayoría de las elaboraciones, pero debemos saber que los alimentos ya contienen un por ciento mínimo de cloruro de sodio, y que, al agregarle sal cuando los procesamos y sumamos, es muy fácil superar la cifra recomendable por la Organización Mundial de la Salud (OMS) diaria de 2000 mg, o sea, menos de 5 g, poco menos de una cucharadita.

Es verdad que la comida sin sal sabe a nada y por supuesto la pretensión no es eliminarla de nuestras vidas, sino usarla con conciencia, porque, además, el gusto también se educa y las papilas gustativas no son la excepción.

La sugerencia es evitar añadirla cuando es innecesario y limitar alimentos que vienen cargados de ella como los procesados que en su concepción requieren demasiada sal para aguantar mucho tiempo sin estropearse.

(Tomado de CubaSí)

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