Uno de los integrantes del martirologio avileño el 9 de abril de 1958 fue el joven revolucionario avileño Cloroberto Echemendía Ulloa. Él había nacido el 5 de febrero de 1933, en el pintoresco poblado de Guayacanes, en el seno de una muy humilde familia. Fue el mayor de los tres vástagos que trajeron al mundo y educaron Caridad y Segundo.
En busca de mayores condiciones y un mejor futuro, los progenitores y su prole se trasladaron a Ciego de Ávila, donde Cloro alcanzó el quinto grado. La necesidad económica lo obligó a dejar los estudios. Laboró en distintas faenas, por solo 3.00 pesos de salario.
Al joven Cloroberto le preocupaba su superación cultural. Haciendo economías él matriculó en una escuela pública nocturna, en la que conquistó el sexto grado. También estudió en la academia Lourdes. De igual forma, se le vio en un curso para pilotar aviones. Con otros jóvenes amigos canalizó sus inquietudes. Muchos de esos, luego, serían sus compañeros de luchas revolucionarias.
Se conoce que en 1950 comienza a laborar como mozo de limpieza en la planta de Unión Radio. Allí aprovechaba los ratos libres y aprendió algunos de los secretos de aquellos equipos. Un par de años después, ya era plantilla de la radioemisora Radio Cuba, convertida luego del triunfo revolucionario de enero de 1959 en la actual emisora Radio Surco.
En ese mismo centro continúa su formación como revolucionario; también, mediante su amistad con otros que ya pensaban como él. El golpe de Estado dado por Batista el 10 de marzo no fue visto con buenos ojos por Cloro. Además, comienza a relacionarse con el estudiantado avileño.
Inicia así una nueva etapa para él: participa en protestas estudiantiles, en huelgas como la azucarera del ´55. Integra las filas del Directorio Revolucionario 13 de Marzo; forma parte de la Juventud Obrera Católica; colabora con otras organizaciones.
Durante la coordinación de tareas previas al desembarco del yate Granma, Cloro fue uno de los acompañantes de Joe Westbrook, que había llegado a Ciego de Ávila para celebrar reuniones y emitir orientaciones aquí y en Morón. Tales eran sus deseos de ayudarlo a la causa, que dio la aprobación al Movimiento Revolucionario 26 de julio para ser uno de los participantes en la toma de Radio Cuba y leer una alocución, acción que no pudo realizarse debido a un apagón.
Esas y otras acciones pusieron en peligro la vida de Cloroberto. Recibe la orden de alzarse en el lomerío del Escambray. Parte hacia allá. Realiza varios contactos, pero no lo logra. Regresa y se protege en varias casas de amigos.
En esa candente etapa y en abierto desafío, sigue arriesgándose. Viaja a La Habana en busca de materiales para realizar sabotajes; trae bonos de cotización, recibe clases de arme y desarme, de tiro…
La historia recoge que luego de participar activamente en acciones de la Huelga del 9 de abril y conocer que el movimiento ha fallado, cumple la orden de retirarse para preservar su vida. Él y varios complotados se dirigieron hacia la finca San Clemente, distante de la ciudad varios kilómetros. Poco a poco los efectivos se van retirando y quedan en el lugar Cloro, Gustavo Cruz (hijo del dueño de la estancia), uno de los directivos del Directorio Revolucionario y uno o dos trabajadores.
El grupo fue sorprendido por batistianos y Cloroberto se esconde en un cañaveral cercano a la vivienda; lo conminan a rendirse, no lo hace, y los esbirros disparan. Un proyectil lo hiere a la altura de la ingle. Lo capturan y llevan para la casa, donde ya están apresados el resto de sus acompañantes.
Sin respetar que está herido, le emprenden a golpes y preguntas. Quieren saber dónde escondieron las armas. Pero Cloro no habla. Lo llevan entonces para el cuartel de la Guardia Rural, donde siguen los golpes y los interrogatorios. Incluso, le introducen una bayoneta en la herida. Dada su gravedad lo llevan para el centro médico, donde fallece, en brazos de Caridad, su madre, sin haber confesado.
(Autor: Héctor Paz Alomar)