Lo que hoy disfrutas, no te debe molestar mañana. Hay quien pone turulato al vecindario cuando sube al máximo el volumen de la música seleccionada por él –no por los demás–, y nos obliga a cerrar la puerta de la casa para ver el televisor.
Su contentura, al ritmo del traguito de ron, le propicia el vacilón, y tal como crece el audio, menos escucha a quienes se quejan de su exagerada oferta gratuita.
Al día siguiente, a medio despertar, el rey de la bullaranga mostró su molestia porque, precisamente al lado de su morada, sonaba un son, a un nivel muy bajo respecto al que él imponía.
No se atrevió a entrar en discusión, pero ese día, a pesar de que su amiga no le abrió todo el galillo a los acordes de su aparato de audio, seguramente el incómodo señor no reparó en la falta de respeto y de consideración hacia las personas con quienes convive, las que reclaman tranquilidad. Cada vez que considera que hay un motivo para celebrar, allá va otra discordante noche.
A veces, las ganas de jorobar son solo por avivar la llama de la maldad. Elena, una cuarentona que vive sola, cada mañana barre el frente de su hogar y luego sale a hacer sus gestiones. Pues no faltan quienes, rebosantes de irrespeto, lanzan papeles, latas de cerveza u otros objetos para arruinar la limpieza y provocar la ira de la mujer. A su regreso, la protesta son palabras muertas para los malhechores.
La gritería de una esquina a otra de la cuadra, para llamar a alguien. El panadero que lo mismo a las seis de la mañana que a las 11 de la noche no le basta pregonar a garganta batiente, sino que refuerza el llamado con un chirriante silbato.
Las motos y autos a gran velocidad por calles interiores en las que viven niños y ancianos; o el «malecón sin agua», una acera alta delante de una casa y en la que, a cualquier hora, se sientan a conversar personas ajenas.
Usted tal vez sufra, de forma parecida, algunos de estos hechos, muestra de mala educación, que empieza a corregirse por el hogar.
(Autor: Alfonso Nacianceno/Granma)