Algunos testimonios refieren que apareció en el campamento rebelde descalzo y sin fusil, y fue Celia Sánchez quien le dio unas botas de estilo tejano y sombrero, el atuendo que le proporcionó a Roberto Rodríguez Fernández la apariencia de vaquero, la cual terminaría caracterizándolo como El Vaquerito.

De procedencia campesina -nació el siete de julio de 1935 en El Mango, finca de la zona de Perea, en la otrora provincia de Las Villas-, la necesidad lo colocó en la posición de aceptar y ejercitarse en sinnúmero de oficios para poder vivir.

Desde adolescente, ya había trabajado como dependiente de fonda, ayudante de tipógrafo y lechero, estibador, vendedor ambulante, boxeador e incluso como ilusionista. Residió muchos años en la ciudad de Morón.

Su llegada a la guerrilla coincidió con la de Haydee Santamaría, Marcelo Fernández Font y la propia Celia, quienes acompañaban al periodista Robert Taber y al camarógrafo Wendell Hoffman, ambos de la cadena Columbia Broadcasting System (CBS), los cuales habían viajado desde los Estados Unidos para entrevistar al Comandante en Jefe Fidel Castro y dar a conocer al mundo lo que en la Sierra Maestra ocurría.

Se inició en el Ejército Rebelde como mensajero, pero más tarde pasó a combatir con los hombres de la columna Uno José Martí, que comandaba Fidel. Por su audacia en los enfrentamientos contra las tropas de Batista, alcanzó el grado de capitán.

En el verano de 1958, al conocerse que la guerra comenzada en la región oriental llegaría a occidente a través de la invasión y reviviría la histórica campaña de Antonio Maceo y Máximo Gómez, El Vaquerito pidió al alto mando enrolarse en esa contienda. Su petición fue atendida, y aceptada.

Las acciones de extender la guerra a lo largo de la isla la llevarían a cabo los destacamentos guerrilleros de los jefes Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara. El primero, al frente de la columnas número Dos Antonio Maceo; y el segundo, al mando de la número 8, Ciro Redondo. El Vaquerito fue asignado a la tropa del Che.

En diciembre de 1958, las fuerzas de la columna invasora Ciro Redondo se encontraban dispuestas para iniciar la batalla final por la toma de la ciudad de Santa Clara, y El Vaquerito se hallaba entre los hombres que combatirían en la primera línea de fuego.

Por su arrojo y pericia, el Che le entregó la jefatura de un comando elite, por el derecho ganado en los más difíciles enfrentamientos contra el enemigo; el responsable y conductor del nombrado Pelotón Suicida, destacamento que asumía las acciones extremas, las de mayor riesgo y, por tanto, grupo selecto ejemplo de moral revolucionaria.

Su modo peculiar de combatir, de pie, expuesto a las balas, unido al contraste y carisma que su imagen proyectaba cuando empuñaba su fusil Garand, casi de su tamaño, y hasta la forma que tenía de arengar a su tropa en cada acción, las cuales atemorizaban y paralizaban al enemigo, le confirieron la aureola de leyenda y lo convirtieron en símbolo para todos los jóvenes guerrilleros.

Conocedor el Che de las virtudes de El Vaquerito, de su inteligencia, entrega y valentía en el combate, le dio una de las misiones más difíciles: tomar la estación de policía de la ciudad sitiada.

Fue histórica su manera de avanzar hasta el objetivo; cruzó de casa en casa, a través de huecos abiertos en las paredes. También resultó épico su proceder y la forma empleada cuando exhortó a rendirse a los guardias quienes defendían la estación.

Cuentan que entró al edificio fuertemente custodiado, y se acostó en un camastro que allí se encontraba, y dirigiéndose a los soldados, ya en esos momentos totalmente desmoralizados, les dijo: “cuando decidan rendirse, me avisan”.

En cumplimiento del deber que se le había asignado, al frente de la veintena de hombres aguerridos y durante el intenso tiroteo, una bala lo alcanzó. Herido fue llevado a la Comandancia, pero no sobrevivió. Era el 30 de diciembre de 1958. Apenas unas horas después, el tirano Fulgencio Batista huía y la guerra de liberación, arribaba al triunfo.

El Vaquerito fue sepultado en Placetas, el lugar donde los guerrilleros le rindieron póstumo homenaje. En su tumba, dejaron grabada la frase: “Me han matado cien hombres”. Las palabras con las cuales el Che, impresionado por la pérdida de un querido combatiente, caracterizó al más valioso de sus guerrilleros:

En diciembre de 2009, sus restos fueron trasladados al mausoleo dedicado a los caídos en los combates del Frente de Liberación de Las Villas. Allí, muy cerca de los del Che, en el escenario y en la memoria del pueblo que los supo vivos y revolucionarios, reposan para siempre.

(Tomado de Adelante.cu)

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