El Zanjón significó la claudicación de las armas cubanas, pues condicionó una paz sin independencia. Sin embargo, dos hechos posteriores confirmarían que el espíritu de lucha que había llevado a los cubanos a la manigua a partir del 10 de octubre de 1868 se mantenía vivo y latiente.
El primero fue la histórica Protesta de Baraguá, protagonizada por Antonio Maceo el 15 de marzo del propio 1878, apenas un mes y cinco días de lo acordado en el bochornoso convenio del Zanjón. En tanto, el segundo, sucedió a un año y seis meses de lo aprobado en ese lugar del Camagüey: la famosa Guerra Chiquita, conocida así en nuestra historiografía por el tiempo de extensión relativamente breve que tuvo, si lo comparamos con los diez años de lucha en la llamada Guerra Grande o Guerra de los Diez Años.
Sin temor a equivocarse podemos afirmar que la Guerra Chiquita fue hija de Baraguá y su continuidad con las armas en la mano. Baraguá cerró un ciclo revolucionario que a partir del 24 de agosto de 1879, entraría en otro nuevo con el levantamiento armado de varios jefes militares del Oriente de Cuba. Conceptualmente puede considerarse un hito dentro de los 150 años de lucha del pueblo cubano por su independencia, y aunque no alcanzó carácter nacional, limitándose su accionar a las regiones de Oriente y Las Villas, y fueron cometidos errores que dieron al traste con el ideal libertario, probó la valía de los cubanos y su disposición a ser libres a costa de los mayores sacrificios.
Jefes mambises como Guillermón Moncada, José y Rafael Maceo, hermanos del general Antonio, exiliado en Jamaica, y Quintín Bandera acudieron al llamado de la Patria en el legendario Oriente. Mientras en Las Villas sobresalían Serafín Sánchez, Francisco Carrillo, Ángel Maestre y Emilio Núñez, quien fuera el último de los jefes en deponer las armas, el 3 de diciembre de 1880.
La Guerra Chiquita estuvo marcada por serios errores organizativos que la privaron desde el inicio de una unidad de mando y de la presencia de un jefe militar de alto rango que la condujera dentro de la isla, pues la posibilidad de que fuera Antonio Maceo, el caudillo oriental y héroe de Baraguá, se vio impedida por la campaña de “guerra de razas” que España echó a rodar y en la que cayó Calixto García, quien dirigía el Comité Revolucionario y movía los hilos de la conspiración.
Sustituir a Maceo por el casi desconocido brigadier Gregorio Benítez resultó un error de lamentables consecuencias, agravado luego por la llegada tardía del propio Calixto García a Cuba, en momentos, incluso, en que una buena parte de los mambises había depuesto las armas. Al fracaso también contribuyó la oposición mostrada por el Partido Autonomista, abiertamente contrarrevolucionaria, cuyos líderes hicieron todo lo posible por hacer declinar la lucha armada.
Sin embargo, un elemento a resaltar siempre que se mencione este momento de nuestras gestas libertarias está relacionado con nuestro Héroe Nacional. La Guerra Chiquita sirvió para dar a conocer en la vida política a José Martí, quien —deportado a España por sus labores conspirativas— terminaría siendo el segundo del general Calixto García en el Comité Revolucionario Cubano.
Para Martí significó la experiencia indispensable para aprender de los errores y darse a conocer en la emigración. Fue la escuela que luego le permitiría unir a los “pinos nuevos” con los viejos para juntos llevar adelante la gesta del 95 o Guerra Necesaria, como bien la denominara el propio Apóstol.
Para el Maestro, la Guerra Chiquita dio pie a los rigurosos estudios de las causas del fracaso, en las que el factor unidad resultaría pieza clave. No en balde, en los años posteriores de Tregua Fecunda o Reposo Turbulento se dedicaría a unir lo diverso y lo disperso y a tejer las redes seguras de la conspiración, siendo la fundación del Partido Revolucionario Cubano (PRC), en 1892, su obra cumbre unitaria y antiimperialista.
El propio José Martí, en hermosa carta a Emilio Núñez, entendió lo inútil de seguir la contienda e instó al general villaclareño a deponer las armas, en aras de evitar su inmolación: “Nuestra misma honra, y nuestra causa misma, exigen que abandonemos el campo de la lucha armada. (…) Un puñado de hombres, empujado por un pueblo, logra lo que logró Bolívar; lo que con España, y el azar mediante, lograremos nosotros. Pero, abandonados por un pueblo, un puñado de héroes puede llegar a parecer, a los ojos de los indiferentes y de los infames, un puñado de bandidos.
“No las depone Vd. ante España, sino ante la fortuna. No se rinde Vd. al gobierno enemigo, sino a la suerte enemiga. No deja Vd. de ser honrado: el último de los vencidos, será Vd. el primero entre los honrados” (sic). Quince años más tarde, el 24 de febrero de 1895, los cubanos volverían a la manigua. La experiencia acumulada en la Guerra Grande y en la Guerra Chiquita serviría para no cometer los mismos yerros. Ahora, la indispensable unidad, ausente en las dos primeras gestas, sí estaría presente y debidamente representada en el PRC martiano. Sería una Revolución con todos y para el bien de todos.
(Redacción Informativa)