Yo ingresé en la Universidad el día 4 de septiembre de 1945. Hijo de terrateniente, pude terminar el sexto grado y después, con séptimo grado aprobado, pude ingresar en un instituto preuniversitario. Pude venir a La Habana porque mi padre disponía de recursos, y así me hice bachiller, y así el azar me trajo a la Universidad.

En esa universidad, a la que llegué simplemente con un espíritu rebelde y algunas ideas elementales de la justicia, me hice revolucionario, me hice marxista-leninista y adquirí los sentimientos que, a lo largo de los años, he tenido el privilegio de no haberme sentido nunca tentado, ni en lo más mínimo, a abandonarlos alguna vez. Por eso me atrevo a afirmar que no los abandonaré nunca.

(…) Y si le digo que en esa universidad me hice revolucionario fue porque hice contacto con algunos libros. Pero antes de haber leído ninguno de esos libros, estaba ya cuestionando la economía política capitalista, porque me parecía irracional ya en aquella época.

–¿Cuándo encuentra usted a la izquierda en su trayectoria universitaria?

–Alguna vez he contado que, cuando yo llego a la universidad, la gente de izquierda me veía como un personaje extraño, porque decían: «Hijo de un terrateniente y graduado del colegio de Belén este debe ser la persona más reaccionaria del mundo». Yo, los primeros días, como lo había hecho en el Instituto, me dediqué mucho al deporte; pero ya desde las primeras semanas, en el primer año comienzo a interesarme también por la política, y doy los primeros pasos, aunque no en la política nacional, sino en la política universitaria. Fui candidato a delegado de curso. Resulté electo –181 votos a favor y 33 en contra–.

A esa actividad dedicaba cada vez más tiempo. Comencé al oponerme al candidato del gobierno en la Federación Estudiantil Universitaria (feu). Eso se tradujo para mí en una infinidad de peligros por la mafia aquella que, como le dije, dominaba la Universidad.

Las presiones físicas y las amenazas eran fuertes. Al acercarse las elecciones de la feu –la Escuela de Derecho era decisiva–, aquella mafia, irritada por la insubordinación, me prohibió hasta entrar en la Universidad. No podía volver a sus instalaciones.

–¿Y qué hizo?

Bueno, lloré. Sí, me fui a una playa a meditar y, con mis 20 años, me puse a llorar. Lloré y decidí volver, consciente de que podía significar una muerte segura. Y volver armado. Así comenzó mi primera y peculiar lucha armada.
«Esta escalinata guarda imborrables recuerdos de los años en que comencé a tener conciencia de nuestra época y de nuestro deber». Foto: Raúl Abreu

/Autor: Fidel Castro Ruz/

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