El entendimiento de esa gran diversidad de las bases sociales con potencial revolucionario influye directamente en la concepción martiana de las élites, esos grupos que han de oponerse a la Revolución o buscar acomodo para servirse de ella.
Sobre esto, llama la atención el diseño de las cinco bases principales del programa presentado por Martí a Máximo Gómez, en fecha tan temprana como diciembre de 1887, en el que le propone «la fundación de una Comisión Ejecutiva provisional para organizar la nueva lucha», y que tendría, entre sus finalidades, «unir con espíritu democrático y en relaciones de igualdad todas las emigraciones; impedir que las simpatías revolucionarias en Cuba se tuerzan y esclavicen por ningún interés de grupo, para la preponderancia de una clase social, o la autoridad desmedida de una agrupación militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de una raza sobre otra».

Otro ejemplo representativo es su discurso fundacional conocido como Con todos y para el bien de todos. La guerra que se prepara no busca, «en este nuevo sacrificio, meras formas, ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado de todas las energías (…) Por supuesto que se nos echarán atrás los petimetres de la política, que olvidan cómo es necesario contar con lo que no se puede suprimir (…)».

En el propio discurso, Martí analiza las condiciones en las cuales podrán ser incorporadas todas las ideas y todas las energías. En él, denuncia a los «lindoros» que desdeñan la revolución, a los «olimpos de pisa papel» y «alzacolas» –oportunistas que utilizan en su beneficio las situaciones de crisis y la ignorancia popular y se alían con el bando que más influencia y ganancias les reporte–; a aduladores populistas, demagogos, y especialmente a los que buscan desacreditar la guerra y hacerla ver como «una acción bárbara y sangrienta», así como sembrar la discordia y la división.

En otro discurso excepcional, pronunciado al día siguiente, saluda «con inefable gratitud, como misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder del alma criolla, a los que, a la primer[a] voz de la muerte, subieron sonriendo, del apego y cobardía de la vida común, al heroísmo ejemplar».

Como expresión de este rico ideario democrático, uno de los aportes más trascendentes de José Martí fue la creación del Partido Revolucionario Cubano, en 1892. Con las Bases y Estatutos del Partido, Martí buscaba, como uno de sus fines fundamentales, impedir la repetición de errores de etapas anteriores de lucha, y «desde la raíz salvar a Cuba de los peligros de la autoridad personal y de las disensiones en que, por la falta de la intervención popular y de los hábitos democráticos en su organización, cayeron las primeras repúblicas americanas».

(Tomado de Granma)

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