Registro nuestras conversaciones como conjuro contra el paso del tiempo, ese, el inexorable. Dicen los neurocientíficos que cuando recordamos, en nuestros cerebros se activan las mismas áreas que cuando aquella vivencia tuvo lugar. Así, recordar es poseer una verdadera máquina del tiempo.
Aquí van estos diálogos, para tenerlos siempre:

I

–Hija, ¿por fin qué quieres de regalo por tu cumpleaños?

–Una cocinita o una barbie.

–Está bien.

–¿Me los pudiste comprar?

–No sé, ya veremos qué sorpresas hay mañana.

–Pero, mamá, si no pudiste no importa.

–¿No? Entonces tú eres feliz solo con el amor de mamá.

–Bueno, con el tuyo solo no, mami, con el de todo el mundo, ¡¿Qué va a decir la familia?!

II

–Hija, ¿por qué tú lloras?

–Porque no me sé tú nombre.

– A ver, ¿cómo es eso?

–La maestra me preguntó tu nombre, y yo no me lo sabía, le dije que eras mamá.

–Piensa, que te lo sabes.

–¿Yili?

–No, eso es un apodo, de cariño. Yo me llamo Yeilén.

–Yeilén.

–Delgado Calvo.

–No, los apellidos no hacen falta, no exageres, mami. Yeilén, Yeilén, Yeilén…

III

–Mami, mami, mami…

–Dime.

–¿Qué tú haces?

–Escribiendo.

–¿Y por qué?

–Porque es mi trabajo.

–¿Y por qué trabajas?

–Bueno, porque me gusta, porque es útil, y porque hay que trabajar para comprar comida, ropa, y otras cosas.

–Ahhh…

–Bueno, ¿Y tú qué haces?

–¿Yo? Haciendo boberías, soy un niño, mamá.

(Autor: Yeilén Delgado Calvo)

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