Amanda Tamayo Rodríguez

Un miércoles de estos, al entrar a los salones de suelo brillante y columnas gruesas, se escuchan ensayos de espectáculos y hay niños y niñas practicando poses y actuaciones de circo. Pero si fuera sábado, no habría puerta, cátedra, salón o pedazo del patio sin ocupar por peñas, eventos, talleres, instructores y aficionados de todas las edades.

La Casa de Cultura Haydée Santamaría Cuadrado, de Morón, es un edificio majestuoso y acogedor al que le viene como anillo al dedo su función social. Es una casa, sí, para todas las personas de la ciudad que quieran cultivar un arte, independientemente de que tengan un talento chico o gigantesco.

A la derecha, la última oficina, es la de Lucy Safonts, la directora; allí da cuentas ella de todo el ajetreo que inunda los espacios y las agendas de su personal.

Un equipo, un salón y un espacio para cada manifestación artística. El trabajo se divide en cinco cátedras: teatro, música, danza, literatura y artes visuales, con 21 instructores en total. Pero la mayoría de las actividades regulares, recreativas o docentes, solo salen bien si trabajan de conjunto. Más al norte, en la casa comunal de Turiguanó, hay otros dos instructores, que cubren el territorio “isleño”. Y unos 60 instructores de la Brigada José Martí, hacen su parte en las escuelas de todo el municipio.

Pero, ¿cómo funciona una Casa de Cultura? ¿Cómo se erige en centro de la vida cultural y acerca las artes a un público de lo que llaman “el interior del país”, digamos, que no puede acudir regularmente a grandes eventos?

Lo primero es que, asegura Lucy, a nadie se le dice que no. A veces son los padres los que ven cierta inclinación o vocación en los hijos y los llevan de pequeños. A veces son jóvenes o adultos mayores, buscando orientación o, incluso, algo en qué ocupar la mente y el tiempo. A todos se les hace una prueba de captación en la que se miden habilidades básicas de cada área y en función de sus aptitudes comienzan los talleres.

“Hay talleres de creación y apreciación. O sea, que les enseñamos aspectos de la técnica y luego a ponerlos en práctica. Cada instructor tiene sus aficionados y sus unidades artísticas, y decide cómo y cuándo asesorar a cada uno. Por ejemplo, los talleres de verano pueden ser a plena mañana, pero una vez que comience el curso, los niños necesitan que sea en la tarde”.

Ahí están Cayetano Rodríguez y Lien Piloto para corroborar que el trabajo no para. El primero empieza por listar la prolífica producción de eventos y concursos a los que convoca la cátedra de Literatura. Para niños, el Martín Colorín, para jóvenes y adultos el Corazón de Poeta (en saludo al 14 de febrero) y el Caballo de Coral. Además, se integran cada año a los Encuentro Debate literarios para niños y adultos, de los que este año trajeron dos lugares, cosechados en el nivel provincial.

No es esto resultado de otra cosa que del excelente trabajo que realizan en los talleres Javier Heraud e Ibrahím Doblado, que ni siquiera con la pandemia de COVID-19 dejaron de cultivar en sus aficionados la curiosidad, el dominio de la palabra y la creatividad en la escritura. En 2023 no les bastó, y añadieron a la agenda un taller de Repentismo, para el que hubo que contratar a un instructor, con la certeza de que es un arte que merece respeto.

Toda esta gente apasionada de las letras se reúne el primer sábado de cada mes en una tertulia que han quedado en llamar Domingo del Monte, en la biblioteca municipal, adonde llevan sus libretas llenas de cuentos y poemas inéditos, junto con la voz y la guitarra de Alain Poveda o de Belarmino Quiñones.

Estos últimos son dos de los colegas de Lien Piloto, en la cátedra de música. Belarmino, por ejemplo, el más experimentado, enseña a adultos mayores. Y está determinado en fundar, antes de jubilarse, el coro municipal de Morón. Lien pone en esta idea tal entusiasmo que pareciera es suya. “Ese va a ser su legado”, acota, con la satisfacción de quién confía en que están haciendo un trabajo de corazón.

A ella, por ejemplo, le han tocado muchos adolescentes y jóvenes. Llegan queriendo ser divas del pop o reyes del género urbano. “No profe, lo que yo sé cantar es reggaeton”, o “no profe, yo nada más canto en inglés”.

Entonces ella, que come, duerme, canta, sueña y respira música, empieza el recorrido por los géneros musicales desconocidos y hace énfasis en los prodigios de la música cubana que dieron vida al bolero, el son, la trova… No porque sean mejores, sino en primer lugar porque son nuestros y todos los artistas necesitan una raíz, y en segundo lugar porque han hecho historia en la Isla y en el mundo entero; lo valen.

“Ya los tengo cantando trova”, recalca orgullosa. Como a Ania, de catorce años, que resultó premiada en el festival Cuba, qué linda es Cuba.

Mientras ellos hablan, un fragmento de música instrumental y dramática se repite una y otra vez al fondo. Son los ensayos de Juan Alberto Iglesias y el circo Rayitos de Sol, que se presentan el domingo 6, en el teatro Reguero.

No ha sido un año sin logros para ellos, cómo no lo fue tampoco el 2022. Con una nómina de veinte niños, el Festival Internacional de Niños y Jóvenes en el Circo, en Marianao, les dejo una mención y un reconocimiento especial para su acrobacia con suiza y su trío de fuerza.

La cátedra de teatro, a la que Iglesias pertenece, se dedica casi por entero a niños y adolescentes. Es muy difícil, opinan, mantener estable un grupo de adultos. Y con los niños, se lucen. Porque no hay solo un Rayitos de Sol en el circo, sino también un Juglaritos de Ensueño en la actuación.

Ahora en verano la casa bulle más que nunca. La cátedra de artes visuales inaugura exposiciones y llena el patio de niños que pintan y dibujan. Las clases de ballet toman por lago los amplios salones y por cisnes a niñas y niños impecablemente vestidos, con el esfuerzo de sus padres, e impecablemente disciplinados en los pasos, con el esfuerzo de su profesora Xiomara. En septiembre empezará otro curso, los aficionados vuelven a sus rutinas, pero la Haydée Santamaría sigue siendo su casa.

No les basta y auspician clubes de bolero, del danzón o de vinicultores. No les basta y se van a hogares maternos, casas de abuelos, grupos de la Aclifim o la Ansoc, comunidades como El Chillante o Tuero, entre promotores, instructores y aficionados. Porque, recalca Odeinys Vázquez, subdirector, el trabajo de los promotores en comunidades desfavorecidas es de lo más importante que hacen.

La casa se renueva: ya tienen reparados la terraza superior, la Pista Pío Leyva, el bar del patio y el salón principal. Aspiran a hacer lo propio con el salón de conciertos y el teatro. Y lo vale no solo el inmueble, sino la cultura en Morón.

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